19/2017
REFLEXIONES
DE UNA MEDIADORA
ESCRIBIDORA
Y ETERNA APRENDIZ
DE ESCRITORA
A nadie se le ocurre ponerle arbotante a una choza, ni dejar
de ponérselo a una catedral. El optar o el prescindir de tal refuerzo está en
su destino; en su vocación trascendente; en la imagen que su alarife pretenda
darle de fugacidad o permanencia, de precariedad o de eternidad.
Viene esto a cuento –desde mi doble tarea de Mediadora y
Escribidora (que no de Escritora)- de mi apreciación del empleo de la palabra dicha que, simplemente dicha, se me
antoja como algo semejante a la caña hueca, de la que se puede hacer flauta de
efímera música y choza que nos ampare de la errancia del sol, pero difícilmente
nos dará cobijo frente al temporal de este largo invierno que es vivir. Pero la palabra escrita…
Mi
archivo de mediadora está lleno de cartas que consumaron un conflicto haciéndolo
eterno, simplemente porque alguien, un malhadado día, decidió dejar atado y bien atado, bien sentado
y por escrito, todo aquello que los antagonistas se habían venido diciendo desde
siempre sin venir a más.
Y ahí
se consumó todo: en el contrafuerte con el que se apuntaló en caracteres gráficos
lo que, mientras fue dicho, tuvo un pasar, por aquello de que “…las palabras son aire y van al aire” que
dijo el poeta. Pero, una vez escrito, se convirtieron en el arbotante visible,
reproducible y eterno del antagonismo.
Por eso hay que tener tantísimo cuidado en lo que se escribe, cómo se escribe, y cuánto calculamos que durará eso que se escribe. Y lo dice quien, como eterna escribidora y aprendiz de escritora, se ha pasado la vida escribiendo.
Y es que… ¡Qué necesidad tiene una de…!
Que
quede claro:
Lo de ser Mediadora
no es entender
todo lo que los demás hacen o dicen
sino querer entender el porqué lo
hacen o lo dicen.
Lo de ser escritora es
otro cantar
Pero ese "otro cantar" se hace con palabras. Y, además, con palabras escritas, que son las marcas de cantero que hienden y hieren el muro de nuestro templo por lo siglos de los siglos. Por eso...
Pero ese "otro cantar" se hace con palabras. Y, además, con palabras escritas, que son las marcas de cantero que hienden y hieren el muro de nuestro templo por lo siglos de los siglos. Por eso...
ESCRIBIR
COSAS no es lo mismo que
ser escritora. Parece que la diferencia convencional está en algo tan “comprable”
como tener o no tener un registro (ISBN) a nuestro nombre.
SER
ESCRITORA (en el sentido
convencional) no es lo mismo que escribir bien; tal parece que escribir bien
requiere de dos cosas esenciales: tener cosas que contar (curiosidad íntima, hermenéutica
e interpretativa por nuestro entorno); y saber contarlas (técnica, ciencia y
maestría).
ESCRIBIR
BIEN requiere de un
tiento y un pulso semejantes al de los orfebres “filigraneros”; porque las
palabras son como finísimos hilos de metal precioso que se pueden convertir en
escoria si se mezclan con el metal precioso los residuos de desecho, y no se
sabe cómo decantar el revoltijo.
LAS
PALABRAS son los utillajes
de quienes escribimos, y sin duda el arma más poderosa que tenemos.
LAS
PALABRAS DICHAS pueden crear
espacios de encuentro o arruinar monolitos inmemoriales, pero nunca destruyen
existencias.
LAS
PALABRAS ESCRITAS son tan
irrecuperables como el agua vertida tras la rotura del vaso. La pérdida es
eterna.
LA
ETERNIDAD DE LA PALABRA ESCRITA es la que habla de los ESCRITORES, de su obra, de su cosmos, de su encanto,
de sus ruinas y de sus ruindades.
(ORACIÓN. Dios mío: no me dejes
llamarme ESCRITORA hasta que no me des la “palabra justa” con la que construir
un universo de sosiego, aunque sea sobre las ruinas de lo destruido a golpe de
palabras).
En “CasaChina”. En un 2 de Abril de 2017
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