73/2018
“Cuando
un mosquito se te posa en un testículo te das cuenta de que siempre hay maneras
de resolver un problema sin usar la violencia”.
Proverbio chino
-¿Y cómo fue que se quedó tuerta? -le preguntó el ciego
tanteándole el ojo con cautela.
No quiso responderle; pero a su memoria llegaron los recuerdos
de aquel día:
Con las primeras luces de la madrugada, en unos segundos de
absoluto silencio, pudo identificar el origen de aquel zumbido que la había obligado
a mantenerse alerta toda la noche. Allí estaba, silencioso y taimado ahora,
dispuesto a la bribonada. Apenas lo sintió sobre la piel de su brazo, donde lo
vio hinchándose como un mínimo cerdo glotón, y no podía creer que en un cuerpo
tan escaso pudiera caber tanta sangre.
¡Su propia sangre! ¡Se
estaba alimentando de su propia sangre!
El estupor la paralizó durante el tiempo suficiente como para
que el mosquito, saciado, levantara el vuelo y se posara en el techo dispuesto a
digerir aquella sangre suya propia que le había arrebatado en un descuido
después de haberle robado el sueño durante una noche eterna.
Una cólera sorda en sus entrañas, y una quemazón insoportable
en el brazo le impedían pensar en otra cosa que no fuera el acabar con aquella alimaña
insignificante, miserable y ladrona que primero, como siempre hacían los de su
calaña, le había anestesiado la piel para mejor atravesársela, luego se había
hinchado a su costa y, finalmente, le había dejado la vida naufragada en aquel
picor insufrible que la obligaba a rascarse hasta hacer brotar entre sus uñas la
carne viva.
¡Ni los muy canallas de los políticos del partido contrario
lo hubieran hecho mejor!
Imagen tomada de Internet |
Se serenó como pudo, amontonando crecientes y torvas ideas de
desagravio; y, sin dejar de rascarse el brazo, se armó con un matamoscas
dispuesta a esperar el tiempo que fuera preciso, -no importaba cuánto fuera-
hasta que el mosquito descendiera del techo y se posara en algún lugar
accesible donde poder consumar su venganza, y alcanzarlo de un golpe certero,
inmisericorde, feroz. Como se merecía semejante alimaña.
¡Para que luego dijeran que la violencia no estaba
justificada como respuesta justiciera a cualquier agresión como la de aquel mosquito
ruin y miserable!, -pensó dirigiendo ahora parte de su incontenible ira mental contra
aquellos inútiles pacifistas de pacotilla que andaban de buenistas tontorrones por
la vida dando lecciones de no-sé-qué cobarde.
Las horas de espera no consiguieron aminorar su rencor. A
ella le podrían tachar de cualquier cosa menos de cobarde.
O de desmemoriada.
Con las últimas luces del día el mosquito agitó sus alas, y
ella empuñó el matamoscas con rabia dispuesta al ataque.
El mosquito se desperezó y emprendió un vuelo rasante, y
zumbó unos segundos por el espacio del dormitorio, reavivándole todo el rencor acumulado
durante las horas de espera, aunque la comezón de la piel del brazo hubiera
cedido ya a eso del medio día.
Dispuesta al golpe final, levantó el matamoscas activando
todas sus alertas y removiendo en su interior el légamo de la bilis enranciada.
Entonces el mosquito se le posó en un párpado…
En “CasaChina”. En
un 21 de Agosto de 2018
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