(Pequeñas historias de
"pleiterías")
La madre ostentaba la guardia y custodia desde que se divorciaron, no por ser la madre, sino porque "la Justicia" así lo había decidido.
El padre, desde que se divorciaron, pleiteaba por rebajar la pensión de alimentos, o por que la madre pagara no sé qué gastos, o porque... Esta vez la gresca era por la guardia y custodia
compartida.
Las hijas estaban enroladas y reenganchadas en una guerra ajena, de tal forma que cada vez se encerraban más en sí mismas, sintiéndose “manejadas” por dos personas a quienes querían/quieren por igual.
Hace tres días que me sucedió.
Fue en un
Juzgado de Familia, del que esa familia de padres divorciados era “usuaria habitual”
desde unos diez años atrás por las causas más insólitas.
Esta vez se disputaba la CUSTODIA COMPARTIDA
de unas hijas crecidas en la reyerta, en la triangulación, en el miedo cronificado y en una insoportable percepción de ninguneo como hijas.
Una vez más, como sucede en Los Tribunales de Justicia, los padres (y su conflicto)
ocupaban en el juicio un puesto de tercera, mientras que la Juzgadora les repartía ácidas y
severas reprimendas por expresarse con la vehemencia propia de quienes están
hablando de sus hijos, y a las Abogadas nos urgía en tiempos y nos saturaba en autoritarios desasosiegos.
En un momento determinado, avergonzada de
nuestro insensible y aséptico ritualismo profesional, decidí tratar de devolverle a mi cliente la gestión personal
de su dolor, y, sin pensármelo dos veces, le pedí a la Juzgadora que, antes de concretar nuestra posición,
me permitiera consultar con mi cliente.
[Esto de que en los juicios tengamos que estar los Abogados sentados lejos de nuestros clientes merece un aparte que desde ahora prometo]
Tengo que reconocer que, asumiendo la pública descalificación con que se me reprochó la "...improcedencia procesal de una petición que la Letrada debería saber...", prescindí de la "honrilla propia" y aproveché ese momento
de desconcierto de la Juez ante lo procesalmente insólito e incorrecto de mi
petición para “rogar”:
-¡Dos minutos, Señoría, por favor; sólo dos minutos!
-¡Dos! –concedió la Magistrada con una severidad aún más urgente
que la que estaba manteniendo hasta ese momento.
-¿Qué hacemos? ¿Nos arriesgamos a ganar o a
perder, o dejamos que las niñas ganen?
-¡Que se acabe esto, Doña Socorro, que se acabe
esto lo mejor posible para las niñas!
-¿Y cómo y cuándo cree que las niñas acabarán
de sentirse como se sienten ahora?
-¡Cuando dejemos de pleitear nosotros!
-¿Entonces…?
-Entonces, Doña Socorro, custodia compartida
como parece que quieren las chiquillas, y que sea lo que Dios quiera.
¡Ya hay Sentencia!
¿No es curiosa la sensación que me/nos embarga
a todos?
Nosotros NO “perdimos el pleito”. Mejor dicho: la madre NO perdió el pleito, SIMPLEMENTE
PORQUE PUDO DECIDIR SU RESULTADO: que fueran sus hijas las que decidieran.
El padre NO “ganó el pleito” porque nadie le
presentó batalla.
¿Quiénes ganaron –no el pleito-, sino el
sosiego de sus emociones?
¡LAS HIJAS!
¡Qué le vamos a hacer: Degeneración de
Mediadora!
Lo
que más me está dando vueltas en la cabeza ahora es que, a la salida de la Sala
de Vistas, uno de nuestros testigos –que no tuvo que declarar por cierto- me
preguntó algo verdaderamente inquietante:
-Doña
Socorro: ¿me equivoco, o los Jueces estudian una carrera entera para regañar, y
los Abogados se emplean en pelear sin tenernos en cuenta a los que de verdad
sufrimos y pagamos?
¡Hummm!
En “CasaChina”.
En un 7 de Noviembre de 2015
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