Campaniles

sábado, 7 de noviembre de 2015

HISTORIA DE UNAS HIJAS ENROLADAS EN UNA GUERRA AJENA






(Pequeñas historias de "pleiterías")

La madre ostentaba la guardia y custodia desde que se divorciaron, no por ser la madre, sino porque "la Justicia" así lo había decidido. 

El padre, desde que se divorciaron, pleiteaba por rebajar la pensión de alimentos, o por que la madre pagara no sé qué gastos, o porque... Esta vez la gresca era por la guardia y custodia compartida.

Las hijas estaban enroladas y reenganchadas en una guerra ajena, de tal forma que cada vez se encerraban más en sí mismas, sintiéndose “manejadas” por dos personas a quienes querían/quieren por igual.

Hace tres días que me sucedió.  

Fue en un Juzgado de Familia, del que esa familia de padres divorciados era “usuaria habitual” desde unos diez años atrás por las causas más insólitas. 

Esta vez se disputaba la CUSTODIA COMPARTIDA de unas hijas crecidas en la reyerta, en la triangulación, en el miedo cronificado y en una insoportable percepción de ninguneo como hijas. 

Una vez más, como sucede en Los Tribunales de Justicia, los padres (y su conflicto) ocupaban en el juicio un puesto de tercera, mientras que la Juzgadora les repartía ácidas y severas reprimendas por expresarse con la vehemencia propia de quienes están hablando de sus hijos, y a las Abogadas nos urgía en tiempos y nos saturaba en  autoritarios desasosiegos.

En un momento determinado, avergonzada de nuestro insensible y aséptico ritualismo profesional, decidí tratar de devolverle a mi cliente la gestión personal de su dolor, y, sin pensármelo dos veces, le pedí a la Juzgadora que, antes de concretar nuestra posición, me permitiera consultar con mi cliente.

[Esto de que en los juicios tengamos que estar los Abogados sentados lejos de nuestros clientes merece un aparte que desde ahora prometo]
 
Tengo que reconocer que, asumiendo la pública descalificación con que se me reprochó la "...improcedencia procesal de una petición que la Letrada debería saber...", prescindí de la "honrilla propia" y aproveché ese momento de desconcierto de la Juez ante lo procesalmente insólito e incorrecto de mi petición para “rogar”: 

-¡Dos minutos, Señoría, por favor; sólo dos minutos!

-¡Dos! –concedió la Magistrada con una severidad aún más urgente que la que estaba manteniendo hasta ese momento.

       Me sobró uno para bajar de estrados, acercarme a mi cliente y preguntarle: 

-¿Qué hacemos? ¿Nos arriesgamos a ganar o a perder, o dejamos que las niñas ganen?

-¡Que se acabe esto, Doña Socorro, que se acabe esto lo mejor posible para las niñas!

-¿Y cómo y cuándo cree que las niñas acabarán de sentirse como se sienten ahora?

-¡Cuando dejemos de pleitear nosotros!

-¿Entonces…?

-Entonces, Doña Socorro, custodia compartida como parece que quieren las chiquillas, y que sea lo que Dios quiera.

¡Ya hay Sentencia!

¿No es curiosa la sensación que me/nos embarga a todos? 

Nosotros NO “perdimos el pleito”. Mejor dicho: la madre NO perdió el pleito, SIMPLEMENTE PORQUE PUDO DECIDIR SU RESULTADO: que fueran sus hijas las que decidieran.

El padre NO “ganó el pleito” porque nadie le presentó batalla. 

¿Quiénes ganaron –no el pleito-, sino el sosiego de sus emociones?

¡LAS HIJAS!

¡Qué le vamos a hacer: Degeneración de Mediadora!

       Lo que más me está dando vueltas en la cabeza ahora es que, a la salida de la Sala de Vistas, uno de nuestros testigos –que no tuvo que declarar por cierto- me preguntó algo verdaderamente inquietante:

       -Doña Socorro: ¿me equivoco, o los Jueces estudian una carrera entera para regañar, y los Abogados se emplean en pelear sin tenernos en cuenta a los que de verdad sufrimos y pagamos?

       ¡Hummm!


En “CasaChina”. En un 7 de Noviembre de 2015

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