74/2013
Me excuso ante los creyentes abanderados
diciendo que ya estoy mayor para esas cosas; pero lo cierto es que mi profunda fe
en La PazCiencia, La Ciencia de La Paz, me impide acudir a lo que yo llamo Manifestaciones de Colores Puros.
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Foto de Internet: TODOS DEL MISMO COLOR |
Sí, me refiero a ésas en las que,
empuñando banderas, existentes o imaginarias, de colores bien rotundos, se
arremete contra el color contrario con verdadera hostilidad como si de hacer la gran guerra se tratara. Y ya
se sabe: las guerras tienen un único color: el de la sangre, que es idéntico
cuando corre por las venas, sean culpables o inocentes.
Si uno se fija bien, en las manifestaciones
suele haber un color único y dominante. Y lo dominante, por su uniformidad,
siempre me ha parecido excluyente. Me recuerda otros tiempos monocolores y me
duele en el cogote más que aquel cuello duro de plexiglás que llevaba en el
Colegio de Las Carmelitas.
Quizá sí que iría con gusto a esas
manifestaciones en las que se enarbolan Banderas ArcoIris, si no fuera porque los colores del
Arco Iris también son demasiado “puros” para mi gusto. Y lo mismo de
excluyentes por tanto. Y aquí, o pintamos todos o rompemos el bote del
aguarrás.
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Mi promiscuidad polícroma |
Prefiero yo las paletas de pintor,
donde los colores, aunque en origen, cuando salen del tubo recién abierto, son
puros, en cuanto los roza la caricia del pincel, se espatarran, se espaturrean,
se churretean sin fronteras, y se confunden en sus abrazos hasta inventarse ArcosIris mestizos que ni el mismo pintor puede dominar. Podrá
sin duda meter en vereda a sus pinceles dándoles un buen enjuague en el aguarrás
comunitario; pero la paleta, una vez iniciada en mestizajes, es como el agua y la tierra que, cuando se juntan, se
convierten en arcilla de la que, bien manejada por manos divinas, y cuidadoso
tacto, puede salir hasta un Adán.
Lo de la fabricación de Eva fue otra
cosa que ha traído y trae al mundo de cabeza. Por lo que nos cuentan, es una falsificación;
una especie de imitación de segunda mano, sacada del costillar del pobre Adán,
aprovechando que, como buen andaluz que debía ser, estaba echándose una siesta mientras
le fabricaban una Eva que echarse a la boca y que le sirviera de despertador,
llegado el tiempo de las manzanas.
Claro que la buena de Eva, una vez rematada,
no estaba por la labor de ser mordisqueada impunemente por nadie; pero, como
mujer y, en consecuencia, buena estratega, tampoco estaba por la labor de
discutirle al Adán ni sus prisas, ni sus soñarreras, ni sus hambres, así que,
sin pensárselo dos veces, echó mano de lo que tenía más cerca y le sirvió –es un
decir- a su Adán el desayuno en bandeja, sin saber que, desde el primer bocado,
aquella manzana se la iba atragantar en el gaznate, y no precisamente por
querer merendarse el mundo a toda prisa, sino porque al Amo del huerto nunca le
gustó que le tocaran lo suyo sin pagar por adelantado, y se presentó con un
Inspector de Hacienda –un tal Arcángel con espada de fuego- que, de un
hipotecazo, los dejó sin techo y sin calefacción, obligándolos a buscar a toda
prisa una liviana manta de quita y pon, –imitación de las mantas Paduana- con
las que guardarse de las calenturas tercianas de las gripes internacionales.
Así las cosas, el Pe’azoArcilla y La Costilla-de-Adán se echaron a patear el mundo, en la primera y menos concurrida manifestación que se conoce en la Historia. Él, lloroso por el paraíso perdido; ella, algo molesta por tener que taparse las vergüenzas con ropas tan poco glamurosa, tan insignificante, tan verdurosa. (¿O se dice verdulera?). Sea como sea, lo cierto es que aquellos dos debían ir gritando lo de “no nos mires, únete”, que es lo que todo buen manifestante debe gritar a los que sestean a su antojo sin implicarse en lo ajeno. Pero, como en realidad no había nadie mirándolos, la Eva y el Adán, en cuanto se dieron cuenta de la fábrica que llevaban instalada bajo la hoja de parra, cesaron en sus creencias y decidieron convertirse en los primeros emprendedores de la tierra: se quitaron los arreos y las “senaguas”, y se pusieron a fabricar Caínes y Abeles con tal fervor que, metidos en faena, se les olvidó hasta la inocencia del Paraíso Perdido.
Y es que –créanme- por muy pecado que
sea, lo de meterse mano es lo más divino que diseñó El Artesano Mayor. Y,
además, está al alcance de cualquier bolsillo. Hasta de los saqueados por el
Concejo de Los Justos. De ahí que los Gerentes de La Cosa, compositores de una
jurisprudencia libidinosa consuetudinaria, lo prohíban bajo pena de destierro,
para joder el alboroto emocional de la gente a su imagen y semejanza.
Lo malo de aquella jodienda fue la jugarreta
que les gastó la genética (aún por inventar) de que a Adán y a Eva empezaron a
salirle los chiquillos de todos los colores del Universo, lo cual que, a falta
de responsables a quienes echarles el muerto, les metió a los jodientes en malicias,
el uno contra el otro, sin darse cuenta de sus sinrazones. Pero les faltó
tiempo para dimitir de majaderías de bajos fondos en cuanto se apercibieron de
que se les acabaría la bicoca si, siendo aún tan poco personal cocinándose la
cena en aquel productivo fogón, se pisaban uno a otro la manguera entre
bomberos nada más desmandarse la primera
llamarada.
Esa solidaridad de clase monocolor es
la que los acopló frente a sus instintivos recelos, y propició que siguieran
produciendo, a pesar de que aquello se estaba convirtiendo por días en una lasciva
burbuja que amenazaba con cargarse el aún NoNato mito del
incesto.
El Amo del Huerto, bien que con las
manos manchadas de tierra, arrepentido de sus jueguecitos con la arcilla, y desesperado
por el desmadre demográfico y lampante que se habían montado los descendientes
de los sus dos Primeros y preferidos Manifestantes, le entró la congoja, y se
echo a llorar de tal manera que ya no pudo parar durante cuarenta días y
cuarenta noches. Eso sí: no sin antes avisar al bueno de Noé, su manijero, para
que apañara el utillaje necesario y se echara a navegar con su establo y con su
gente, si no quería fenecer en el tsunami,
ese que siempre se monta cuando un dios alfarero, harto del jaleo de las
banderas, se deja los grifos abiertos en el piso de arriba, se echa el mundo a
la espalda y se mete en ERES parricidas
por exceso de personal con el que lidiar corridas ajenas.
Y allí tienes al pobre hombre, el del
Arca, sin saber cómo matar el tiempo durante la temporada de lluvias, que no
fuera fabricando SEMitas, CAMitas y JAFETitas quienes, como buenos hermanos de
sangre, en cuanto pisaron tierra firme la liaron, discutiendo, rivalizando y
matándose por futuros pichones, sin acordarse siquiera de que, en la primera
cena después del diluvio, ya se habían merendado a la Paloma-de-la-Paz, asada sobre el fuego alimentado por el aliento de
la inminente sequía y atravesada por su propia rama de olivo, antes de darle
tiempo a poner el primer huevo.
¡Y el Alfarero, tan contento! –dirán ustedes.
Pues miren, que va a ser que no.
Porque, según la tradición, que Él
disponga de sus criaturas es lo suyo por mucho que nos reviente los higadillos.
Pero, que sean sus propias criaturas las
que le siegan la yerba debajo de los pies a su mejor obra, y aun los que se inventan
esas cosas que explotan en racimo, y les siegan las piernas además de la yerba,
y les sacan las tripas a diestro y siniestro, tiñendo de color sangre el mundo,
sólo porque les gusta más el color de su bandera, eso…eso no hay Dios que lo
aguante, hombre.
Hete aquí que, como es habitual en mi
farragoso no ir nunca al grano, he llegado a donde quería llegar para explicar
por qué no voy nunca a una manifestación.
Simplemente: los personalísimos,
excluyentes y purísimos colores que se defienden en esos actos me dan yuyo,
porque, tras el cortinaje, se transparenta un único color: el de la ira. El
rojo color de la sangre. Y ese color no es suficiente para pintar el cuadro que
yo quisiera pintar ya en este mundo.
Lo confieso: desde que me enredé en
lo de La Mediación, soy policromamente impura.
Me gustan todos. Me apasionan todos. Creo
en todos. (Los colores).
(Y en ellos, también). Porque CREER
en LO MULTICOLOR es CREAR la Ciencia de La Paz.
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