Campaniles

lunes, 29 de agosto de 2016

VIVIR


62/2016
       A veces nieva.
 
       
       La quietud de la cumbre conserva intacta la nieve del invierno a la espera de nuevas tempestades.

       Hay ventisqueros inextinguibles allí donde nunca se le franqueó la entrada al sol del medio día. 

       El gris y anaranjado de la roca se enseñorea del paisaje y lo amenaza blandiendo sus afiladas aristas contra un cielo siempre maleable.

       En las laderas, el furor del agua despeñándose por las escarpaduras se va remansando poco a poco hasta convertirse en una tolerancia trasparente que acaricia los troncos de los árboles, donde se olvidan poco a poco los nombres grabados a punta de navaja.
       Los juncos son heraldos de la yerba.
       La yerba es el lecho nupcial para las flores, dispuestas a la par para el ramo de una novia virgen que para el subterráneo sacrificio de los sepulcros.
El tiempo es el gran mausoleo donde dejar flores abandonadas al caer de la  tarde, junto al nombre que ni el propio tiempo podrá borrar.
 


      Desde la chimenea de una casa se elevan señales de hogar  sin conjetura.

        

     De vez en cuando, la luna, con sus fases recurrentes y contradictorias, oscurece o alumbra espejismos intermitentes.




     Es la vida que llega y que pasa; que no conoce de cordilleras tan indomables que no acaben por entregarse al declive, abriéndose a la fatalidad de veredas por las que recorrer lo impredecible del descanso en lo más profundo del valle.

 
 




Y todo se hace lejos.




En “CasaChina”. En un 29 de agosto de 2016.

No hay comentarios:

Publicar un comentario