Campaniles

miércoles, 30 de octubre de 2013

DESPERTAR EN CAMA PROPIA


DESPERTAR EN CAMA PROPIA
(Del. Libró CREER es CREAR)

La cama es ese lugar único donde una persona encuentra su refugio definitivo. Por lo general, nacemos y morimos en una cama; en la cama nos acostamos con nuestra enfermedad para tratar de hacer las paces con ella, y con nuestros amantes para perder la paz.
En la cama de mi niñez levantaba y chocitas, sujetando las sábanas al cabezal y, refugiada en aquel útero traslucido,  regresaba a mis sueños no natos.  
Luego fue la cama del internado el único lugar en el que encontraba la imposible intimidad de lo gregario. Recuerdo que detestaba la campanilla que recorría los pasillos del dormitorio común convocándonos a abandonar el sueño, y deseaba desesperadamente que llegara la noche para regresar a mis escasos, exclusivos y excluyentes dos metros cuadrados donde poder llorar y soñar a solas. Porque, desde bien pequeña, se empeñaron en enseñarme que llorar debe hacerse a solas. 
Lo de soñar en soledad lo aprendí sin necesidad de maestros. Y en mi cama.
Por entonces me hablaron de una cosa llamada PECADO del que, aunque según decían, tenía varios nombres, usaba distintos disfraces, y podías toparte con él a distintas horas del día y en distintos lugares, yo, por mi cuenta, llegué a la conclusión, como todas las niñas de entonces, de que El Gran Pecado era uno, único, solía andar desnudo y siempre estaba agazapado en una cama.
Fue en plena adolescencia cuando comprendí con verdadero terror que la cama, como mueble, no era otra cosa que una estructura de cuatros palos bien dispuestos para poder cumplir la función que hubiera de cumplir. Y fue también en aquella época de mi vida cuando comprendí que podría dormir cada noche en una cama distinta, pero que la función de dormir, soñar, llorar y pecar no estaba en esa estructura, sino en mí, en mi propio cuerpo.
Me apresuro a aclarar que los terrores de entonces se fueron aquietando hasta que conseguí hacer las paces con este cuerpo mío que me contiene y me sostiene.
Por razones que no hacen al caso, mi cuerpo ha dormido en muchas, muchas camas de cuatro patas. Ha dormido en sacos de montaña, en la era donde cada verano se extendía la parva para la trilla; en azoteas desde donde las estrellas le besaban la frente como madres recién paridas, y la mano como galantes enamorados. 
Y hasta en el suelo ha dormido este cuerpo mío bien amado.
Despertarme, siempre me he despertado en mi cama. En esa cama que conozco al milímetro y que no le teme ni siquiera al Gran Pecado, porque ya sé que era un cuento para asustar a niños díscolos. Que no existe. 
Hoy, una vez más, abro los ojos y no acabó de reconocer el paisaje que me rodea. Anoche, después de recorrer más de 600 kms., me dormí entre la soledad de sábana cuyo tacto solitario me desconcierta. Entonces, palpo con el pensamiento el lugar en el que estoy y dibujó una sonrisa que me sosiega. 
Una vez más me despierto en mi cama; mi verdadera cama: en mi cuerpo.
Y CREO (de CREER) en mí, porque, una vez más, he podido CREAR (ME) redimida de la culpable esclavitud de los espacios.

En CasaCala. En un 29 de. Octubre de 2013


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