Campaniles

sábado, 30 de noviembre de 2013

EL TONTO DEL PUEBLO Heptálogo[1] para un Mediador (Saber escuchar)



76/2013
·    Andrés López Serrano: que me regala Recuerdos infantiles.
·    A Blas Ribera: que me promete Puentes Rurales.

·    A mis Colegas Mediadores: que me enseñan cómo enfrentarme al nudo del conflicto desde los ojos de los tontos de mi Pueblo.

                  
Castillo de Bedmar y Cerro Aznaitín
         Sólo los que no tienen Pueblo propio pueden sentirse más infelices que los que tienen un Pueblo sin su tonto particular.
Castillo de Jódar
Vaya por delante que, cuando yo hablo de “mi” Pueblo, me confundo como una tontorrona, porque nunca sé muy bien si me estoy refiriendo a BEDMAR, donde nací, del que me fui siendo niña, al que regresé siendo “mocica”, y donde habito en la distancia de en mis sueños, o a JÓDAR, donde viví mi niñez y el principio de mi adolescencia, y tuve que irme dejando allí a mi Padre como eterno guardián en su “CampoSanto”, para abonarlo con la inmortalidad que da la expiración mis imborrables recuerdos. Así que, a partir de esta cosa mía que ahora escribo, voy a “juntar lindes[2]” entre La Serrezuela y las barranqueras que apenas consiguen distanciar Bedmar de Jodar, y voy a  llamarle a mi/s pueblo/s Campaniles, que en su día, allá cuando lo de los Romanos, existió realmente por esos derroteros, y a mitad de camino entre ambos Pueblos.
Fue, pues, esta abundancia pueblerina mía la que me otorgó el privilegio de contar con una abundancia pareja de Tontos del Pueblo, la cual mucho tuvo que ver con la silenciosa cordura que de ellos aprendí hasta convertirme en lo que soy.
         La forma de referirlos era compuesta, para poder juntar en una sola palabra tanta complejidad como la que encerraba aquel ser irrenunciable, que contenía en sí mismo toda la sabiduría atávica de lo rural:  el TontoElPueblo
         Ya no quedan en los Pueblos TontoElPueblo, porque, como el Auxilio Social de entonces, con su cercana “atención a domicilio”, y su extemporánea nacencia en plena Guerra Civil, se nos fue quedando algo rancio, no hubo otro remedio que institucionalizarlo, convirtiéndose en unos asépticos “Servicios Sociales” con sedes capitalinas, que hasta tienen Consejerías que deben justificarse retirando de nuestras calles a cualquier “desamparado” que las patee sin pagar el sello de circulación municipal. Y si queda algún TontoElPueblo sin “amparar” por semejantes Consejerías es porque sus familias, venidas a más, y redimidas ya del “qué dirán” de haber engendrado un tonto, enjabonan y atavían a sus mastuerzos de tal manera que, más que ellos mismos, parecen y se asemejan al estereotipado personaje expresamente diseñado para ellos por los manuales, bien forradico él de “PapelPinocho”, creciéndoles la nariz de sus parientes en cara propia, y con un corazón de los de verdad latiendo en lo más profundo de su armazón de madera de pino sin pulir, semejante a la de aquel añejo “AtaudDeLasÁnimas” que había en el altar más oscuro de la Parroquia de Campaniles, en el que llevaban a los muertos sin posibles hasta el Cementerio, para vaciarlos tal cual en la tierra bendita y devolver “La Caja” a su sitió después de frotarla con zotal por aquello de las ciciones[3], del garrotillo, de las fiebres tercianas y de las cuartanas.
Emblemas


         El “TontoElPueblo” era como nuestro Ayuntamiento: el punto de referencia, de maridaje y de reunión de todas las querencias de sus vecinos. Ese al que podíamos contarles penas sin miedo a que se empeñaran en interpretarnos, o nos sonreían tontamente cuando les mentábamos a la madre porque estábamos enrabietados con algún listo, o nos avisaba de que se nos estaba haciendo tarde para ver pasar la procesión. Pero que nunca aceptaban la obligación de decirnos cómo hacer las cosas, porque ellos sabían de lo suyo, pero no de lo nuestro. Por eso, nuestros tontos fueron nuestro inolvidable referente. Y es que, en Campaniles podíamos apedrear perros, aperrear gatos, engatusar murciélagos pinchándoles un caliqueño en los colmillos hasta que el humo los entonturriciaba. Pero que nadie nos tocara a nuestro “TontoElPueblo”, porque lo “’eslomábamos”. Sobre todo si el faltón era forastero.
         En Campaniles teníamos varios TontoElPueblo, con su propia tarea bien particular: Mi tío Pedrito, ElTontoElPueblo de antes de La Guerra, al que las tetas de más de veinte amas de cría le dejaron encicionado con una meningitis, tenía la ocupación de darle tarea Al Ciego: un chiquillo que se había quedado sin  ojos a fuerza de legañas, pero que, a pesar de su ceguera, atinaba de una pedrada a cualquiera que se atreviera con su Tonto protegido. Le bastaba con ventear el aire torciendo la cabeza hacia el ruido.
De mi “TíoElTonto”, -y de “ElCiego”, su siempre cerril y alerta escudero-, aprendí lo que es defenderse escuchando, sin necesidad de ver o de tener luces.
CatalinaLaCuete no era tonta. Era pobre. Vivía en una de las cuevas más altas del Pelotar, y se pensaba el personal que era tonta porque su lenguaje común había quedado reducido a tres palabras: “voy como un cuete”, que era su manera de demostrar su cariño a los que ella estimaba o respetaba, y de responderles cuando le pedía afectuosamente que les hiciera algún mandado a cambio de unas perrillas. Para el resto del personal no le quedaban palabras, sino pedradas sin previo aviso, cosa que, si en un muchacho como “ElCiego” tenía un pasar, en una hembra, y por aquellos tiempos, sólo podía tener dos entendimientos: o era un marimacho, o era tonta. Así que, tirando a lo fácil, se quedó con la estampa de tonta siendo más lista que el hambre. Lo que pasa es que, desde bien chica, había aprendido a desconfiar de cualquier macho que se le acercara porque supo bien pronto lo que los machos buscaban entre sus piernas de chiquilla sin despensa, y no estaba por la labor de desgarros sin provecho.
La tarea de “CatalinaLaCuete” en Campaniles era insustituible: era nuestra abastecedora de imposibles. Nadie como ella para proveer de alcaparrones las orzas de los que se pirraban por esos jitomates, pero no sabían dónde estaban las mejores matas ni conseguían llegar a tiempo antes de que las tripas de los perinolillos se hubieran endurecido de viejos. Y era única para surtir del multicolor “granillo” las cochiqueras de los cortijos en tiempos de penurias en los que, careciendo de trigo para hacer pan, no se le iba a echar a los marranillos dejando el morral de los porqueros tan vacio como sus buches. Pero Catalina, como un cohete, triscaba los riscos del Cortijo del Valle antes de que clareara el día y regresaba con las primeras sombras de la tarde, deslomada por el peso del saco de lentisco, dispuesta a repartir su mercancía a cambio de pan y aceite, alguna almorzá’ de aceitunas de agua, o un puña’illo de caretos[4].
De CatalinaLaCuete, la “TontaElPueblo” que nunca fue tonta, sino pobre, aprendí el poder de la ternura: bastaba con que ella percibiera cariño en una petición para que respondiera con la frase que le dio nombre: Voy como un “cuete”. Y en verdad que en mi memoria, Catalina se eleva como un cohete: intrépida, fulminante, sonora, radiante. Lúcida.
Al lado norte de Campaniles, ése que se llamaba Jódar antes de escribir esta croniquilla, teníamos algunos tontos más:
La tarea de “Juanelo” y “PataChula”, dos alcohólicos ya irrecuperables e irredentos, porque su adicción provenía de la cantidad de miserias que aún les quedaban por olvidar sin tiempo para hacerlo, era la de alegrarnos  la vida a los chiquillos. “Juanelo, canta” -le pedíamos poniéndole cerco en mitad de La Carrera al salir de la Catequesis. Y la inmensa, odorífera y desdentada risa de Juanelo nos cantaba canciones muy prohibidísimas, como aquella de “La María Juana…que como era tuerta con el culo atrancaba la puerta” sin que el Brigada, el bueno de Don Leopoldo, enviara a sus Guardias a meterlo en la Prevención o en el Cuartelillo, porque no era cosa de quedarnos con un tonto menos en el Pueblo que hiciera contrapeso a tanto listo como ya empezaba a apuntar por la Comarca. “PataChula, baila” –le exigíamos entonces a nuestro otro tonto. Y la pata más corta de PataChula se dejaba caer sobre el empedrado del arrollo, condenando a la pata buena a inclinarse ante la cojitranca a pesar de ser la mejor de las dos, arrancando carcajadas filarmónicas de la boca del compañero de borracherías. Antes de despedirnos, entre todos los chiquillos asistentes a la fiesta, rebuscábamos en nuestros bolsillos unas monedillas, de las que teníamos para comprar paloduz, y se las dábamos a nuestros tontos sin hacerle ascos a tentarles aquellas manos tan huerfanicas de jabón, en pago por el regocijo callejero.
Comedor de Auxilio Social en 1945
De Juanelo y de PataChula aprendí algo que me redime como Mediadora de mis ideas arraigadas. La clave está en su eterno diálogo, escenificado una y otra vez al alimón entre ellos, cuando alguien de buen vivir les sermoneaba la borrachera:
Juanelo: -Si el cuerpo te pide vinoooo…
PataChula: -¡dale vino!
Juanelo: -Si el cuerpo te pide aguaaaa…
Patachula (rotundo): -¡Dale vino!
Juanelo (cachazudo): Pero, qué dices, so borracho joputa.
PataChula (enfático): -Digo que al cuerpo no hay que darle siempre todo lo que te pide.
Juanelo: ¿por quéeeeeeeeeeeee?
PataChula: ¡Ay, tontorrón! Porque, si el agua pudre la ma’era, contrimás, qué no hará con un cuerpo…
Mención aparte merece nuestro Catalinorra, un hombre de largas melenas laterales negras coronadas por una brillante calva descendiendo hasta las sienes; oscura barba cerrada siempre irreprochablemente afeitada, torso liso como una tabla, y vestido de mujer de cintura para abajo desde que su madre, harta de parir machillos de mil padres, decidió convertir al último en hembra por el eficaz método de ponerle bragas y faldas con volantes, que el muchacho nunca se quitó a pesar de que su madre, siempre dispuesta a decisiones expeditivas, se ató a todos sus hijos a la cintura con una soga y se lanzó al albercón que hay en el Camino del Cementerio, para redimirlos a ellos de las desesperadas hambrunas de entonces y redimirse ella de las barrigas novenarias que un cualquiera quisiera hacerle, por las buenas o por las malas. En fin: una historia tan tierna como inquietante que aún no quiero terminar de contar.
            La tarea de Catalinorra fue la de mantener la distribución programada de la industria jodeña: su vida era un repartirse en acarrear esparto desde las fábricas hasta las casas particulares, arrastrar rollos de pleita, sogas, maromas, guitas, capachos y capachetas, esportones y cenachos, esteras y serones, desde los hacendosos artesanos del albardín hasta las fábricas. Y todo ello, sin que nadie le levantara las faldas como a su madre, ni ella le levantara las faldas a moza alguna, seguramente por no enseñar las cicatrices que en sus partes le dejaron los bordes del albercón, gracias a los que se salvó de hundirse con todos sus hermanos, pero que le dejó inservible buena parte de su originaria hombría.
              Lo que aprendí de Catalinorra es algo que aún me emociona: la resiliencia. En contra de los deseos de su madre, nació macho y sobrevivió; pero conservó sus vestimentas de hembra hasta el final de sus días por no hacerle el feo a su muerta, enseñándole al Pueblo entero que las apariencias engañan.
Desde mis años de ahora, escucho en mi interior el recuerdo de nuestros TontoElPueblo, sabiendo que hubo algo común en todos ellos que yo quisiera aprender: aunque fueran tontos, lo sabían todo, porque siempre estaban dispuestos a escuchar a cualquiera que quisiera contarles algo. Pero, si lo que le preguntaban era cómo ir a algún sitio, ellos siempre contestaban con una aparente tontería: ¡Andando!
           Y es que, lo de escuchar es bueno. Siempre se aprende. Pero lo de decirle a alguien cómo llegar a su destino, por muy listos que seamos, es la mayor tontería que se puede cometer. Porque nunca hay un único camino, ni se sabe cuál es el mejor para cada quién.
            Mi marido siempre decía: “quien no tenga un viejo en su vida, debe ponerlo”.
         Yo digo: Quién no tenga un Pueblo en su vida, que adopte uno, pero con su TontoElPueblo incluido. Porque el Tonto del Pueblo es lo único inteligente que nos queda cuando todo se desdibuja en la memoria del amor.
         Lo digo por experiencia: nadie me quiso nunca como me quisieron algunos tontos.
En CasaChina. en un 30 de noviembre de 2013.  


NOTA SOBRE DERECHOS DE TERCEROS: Las Fotos de AUXILIO SOCIAL fueron obtenidas de este enlace:
http://es.images.search.yahoo.com/yhs/search?_adv_prop=image&fr=yhs-per-per_001&va=Auxilio+Social&hspart=per&hsimp=yhs-per_001  Si alguien se sintiera perjudicado en sus derechos de autor u otros, comuníquense con socomarmol@gmail.com e inmediatamente las quitaría.


[1] La Ley Divida se contiene en el DECÁLOGO. La Ley Humana se guarda en el corazón. La Ley del Mediador es el HEPTÁLOGO: árbol con las siete ramas del saber de la Ciencia de La Paz.
[2] Así se mencionaban los casamientos entre hijos de familias terratenientes, cuyas fincas lindantes se juntaban con el casorio de los mozuelos.
[3] CICIONES: genéricamente, cualquier tipo de enfermedad  agarrada por infecciones patógenas. En Sierra Mágina: descomposición de vientre. Tifus
[4] Aceitunas secas.

2 comentarios:

  1. Estupendo! Como siempre nos tienes acostumbrados, Soco. Una notita al margen... creo que en el Penúltimo TontoElPueblo falta una N... Creo! Gracias! Muack! ^_~

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    1. Gracias, persona sin nombre. ¿No serás uno de mis tontos preferidos que tanto llenan mi vida?

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