76/2013
· Andrés López Serrano: que me regala Recuerdos
infantiles.
· A Blas Ribera: que me promete Puentes Rurales.
· A mis Colegas Mediadores: que me enseñan cómo enfrentarme
al nudo del conflicto desde los ojos de los tontos de mi Pueblo.
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Castillo de Bedmar y Cerro Aznaitín |
Sólo
los que no tienen Pueblo propio pueden sentirse más infelices que los que
tienen un Pueblo sin su tonto particular.
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Castillo de Jódar |
Vaya por delante que, cuando yo hablo
de “mi” Pueblo, me confundo como una tontorrona, porque nunca sé muy bien si me
estoy refiriendo a BEDMAR, donde nací, del que me fui siendo
niña, al que regresé siendo “mocica”, y donde habito en la distancia de en mis
sueños, o a JÓDAR, donde viví mi niñez y el principio
de mi adolescencia, y tuve que irme dejando allí a mi Padre como eterno
guardián en su “CampoSanto”, para
abonarlo con la inmortalidad que da la expiración mis imborrables recuerdos. Así
que, a partir de esta cosa mía que ahora escribo, voy a “juntar lindes[2]”
entre La Serrezuela y las barranqueras que apenas consiguen distanciar Bedmar
de Jodar, y voy a llamarle a mi/s
pueblo/s Campaniles, que en su día, allá cuando lo de
los Romanos, existió realmente por esos derroteros, y a mitad de camino entre
ambos Pueblos.
Fue, pues, esta abundancia pueblerina
mía la que me otorgó el privilegio de contar con una abundancia pareja de
Tontos del Pueblo, la cual mucho tuvo que ver con la silenciosa cordura que de
ellos aprendí hasta convertirme en lo que soy.
La
forma de referirlos era compuesta, para poder juntar en una sola palabra tanta
complejidad como la que encerraba aquel ser irrenunciable, que contenía en sí
mismo toda la sabiduría atávica de lo rural:
el TontoElPueblo
Ya
no quedan en los Pueblos TontoElPueblo, porque,
como el Auxilio Social de entonces, con su cercana “atención
a domicilio”, y su extemporánea nacencia en plena Guerra Civil, se nos fue
quedando algo rancio, no hubo otro remedio que institucionalizarlo, convirtiéndose en unos asépticos “Servicios
Sociales” con sedes capitalinas, que hasta tienen Consejerías que deben
justificarse retirando de nuestras calles a cualquier “desamparado” que las patee
sin pagar el sello de circulación municipal. Y si queda algún TontoElPueblo sin “amparar” por
semejantes Consejerías es porque sus familias, venidas a más, y redimidas ya
del “qué dirán” de haber engendrado un tonto, enjabonan y atavían a sus
mastuerzos de tal manera que, más que ellos mismos, parecen y se asemejan al
estereotipado personaje expresamente diseñado para ellos por los manuales, bien
forradico él de “PapelPinocho”, creciéndoles
la nariz de sus parientes en cara propia, y con un corazón de los de verdad
latiendo en lo más profundo de su armazón de madera de pino sin pulir, semejante
a la de aquel añejo “AtaudDeLasÁnimas” que
había en el altar más oscuro de la Parroquia de Campaniles, en el que llevaban a los muertos sin posibles hasta el
Cementerio, para vaciarlos tal cual en la tierra bendita y devolver “La Caja” a
su sitió después de frotarla con zotal por aquello de las ciciones[3],
del garrotillo, de las fiebres tercianas y de las cuartanas.
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Emblemas |
El
“TontoElPueblo” era como nuestro
Ayuntamiento: el punto de referencia, de maridaje y de reunión de todas las
querencias de sus vecinos. Ese al que podíamos contarles penas sin miedo a que
se empeñaran en interpretarnos, o nos sonreían tontamente cuando les mentábamos
a la madre porque estábamos enrabietados con algún listo, o nos avisaba de que
se nos estaba haciendo tarde para ver pasar la procesión. Pero que nunca aceptaban
la obligación de decirnos cómo hacer las cosas, porque ellos sabían de lo suyo,
pero no de lo nuestro. Por eso, nuestros tontos fueron nuestro inolvidable
referente. Y es que, en Campaniles podíamos apedrear perros, aperrear gatos,
engatusar murciélagos pinchándoles un caliqueño en los colmillos hasta que el
humo los entonturriciaba. Pero que nadie nos tocara a nuestro “TontoElPueblo”, porque lo “’eslomábamos”. Sobre todo si el faltón
era forastero.
En
Campaniles teníamos varios TontoElPueblo,
con su propia tarea bien particular: Mi tío Pedrito, ElTontoElPueblo de
antes de La Guerra, al que las tetas
de más de veinte amas de cría le dejaron encicionado con una meningitis, tenía la ocupación de darle tarea Al Ciego:
un chiquillo que se había quedado sin
ojos a fuerza de legañas, pero que, a pesar de su ceguera, atinaba de
una pedrada a cualquiera que se atreviera con su Tonto protegido. Le bastaba
con ventear el aire torciendo la cabeza hacia el ruido.
De mi “TíoElTonto”, -y de “ElCiego”, su siempre cerril y alerta
escudero-, aprendí lo que es
defenderse escuchando, sin necesidad de ver o de tener luces.
CatalinaLaCuete
no era tonta. Era pobre. Vivía en una de las cuevas más altas del Pelotar, y se
pensaba el personal que era tonta porque su lenguaje común había quedado
reducido a tres palabras: “voy como un cuete”, que era su manera de demostrar
su cariño a los que ella estimaba o respetaba, y de responderles cuando le
pedía afectuosamente que les hiciera algún mandado a cambio de unas perrillas.
Para el resto del personal no le quedaban palabras, sino pedradas sin previo
aviso, cosa que, si en un muchacho como “ElCiego”
tenía un pasar, en una hembra, y por aquellos tiempos, sólo podía tener dos
entendimientos: o era un marimacho, o era tonta. Así que, tirando a lo fácil,
se quedó con la estampa de tonta siendo más lista que el hambre. Lo que pasa es
que, desde bien chica, había aprendido a desconfiar de cualquier macho que se
le acercara porque supo bien pronto lo que los machos buscaban entre sus
piernas de chiquilla sin despensa, y no estaba por la labor de desgarros sin
provecho.
La tarea de “CatalinaLaCuete”
en Campaniles era insustituible: era nuestra
abastecedora de imposibles. Nadie como ella para proveer de alcaparrones
las orzas de los que se pirraban por esos jitomates, pero no sabían dónde
estaban las mejores matas ni conseguían llegar a tiempo antes de que las tripas
de los perinolillos se hubieran endurecido de viejos. Y era única para surtir
del multicolor “granillo” las cochiqueras de los cortijos en tiempos de
penurias en los que, careciendo de trigo para hacer pan, no se le iba a echar a
los marranillos dejando el morral de los porqueros tan vacio como sus buches.
Pero Catalina, como un cohete, triscaba los riscos del Cortijo del Valle antes
de que clareara el día y regresaba con las primeras sombras de la tarde,
deslomada por el peso del saco de lentisco, dispuesta a repartir su mercancía a
cambio de pan y aceite, alguna almorzá’ de aceitunas de agua, o un puña’illo de
caretos[4].
De CatalinaLaCuete, la “TontaElPueblo” que nunca fue tonta, sino
pobre, aprendí el poder de la ternura: bastaba con que ella percibiera cariño en una petición para
que respondiera con la frase que le dio nombre: Voy como un “cuete”. Y en
verdad que en mi memoria, Catalina se eleva como un cohete: intrépida,
fulminante, sonora, radiante. Lúcida.
Al lado norte de Campaniles, ése que
se llamaba Jódar antes de escribir esta croniquilla, teníamos algunos tontos
más:
La tarea de “Juanelo” y “PataChula”, dos alcohólicos ya irrecuperables e irredentos, porque su adicción
provenía de la cantidad de miserias que aún les quedaban por olvidar sin tiempo
para hacerlo, era la de alegrarnos la
vida a los chiquillos. “Juanelo, canta” -le pedíamos poniéndole cerco en mitad de La Carrera al
salir de la Catequesis. Y la inmensa, odorífera y desdentada risa de Juanelo
nos cantaba canciones muy prohibidísimas, como aquella de “La María Juana…que
como era tuerta con el culo atrancaba la puerta” sin que el Brigada, el bueno
de Don Leopoldo, enviara a sus Guardias a meterlo en la Prevención o en el
Cuartelillo, porque no era cosa de quedarnos con un tonto menos en el Pueblo
que hiciera contrapeso a tanto listo como ya empezaba a apuntar por la Comarca.
“PataChula, baila” –le exigíamos
entonces a nuestro otro tonto. Y la pata más corta de PataChula se dejaba caer sobre el empedrado del arrollo, condenando
a la pata buena a inclinarse ante la cojitranca a pesar de ser la mejor de las
dos, arrancando carcajadas filarmónicas de la boca del compañero de borracherías.
Antes de despedirnos, entre todos los chiquillos asistentes a la fiesta,
rebuscábamos en nuestros bolsillos unas monedillas, de las que teníamos para
comprar paloduz, y se las dábamos a nuestros tontos sin hacerle ascos a
tentarles aquellas manos tan huerfanicas de jabón, en pago por el regocijo
callejero.
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Comedor de Auxilio Social en 1945 |
De Juanelo y de PataChula aprendí algo que me
redime como Mediadora de mis ideas arraigadas. La clave está en su eterno diálogo,
escenificado una y otra vez al alimón entre ellos, cuando alguien de buen vivir
les sermoneaba la borrachera:
Juanelo: -Si el cuerpo te pide vinoooo…
PataChula: -¡dale vino!
Juanelo: -Si el cuerpo te pide aguaaaa…
Patachula (rotundo): -¡Dale vino!
Juanelo (cachazudo): Pero, qué dices, so borracho joputa.
PataChula (enfático): -Digo que al cuerpo no hay que darle
siempre todo lo que te pide.
Juanelo: ¿por quéeeeeeeeeeeee?
PataChula: ¡Ay, tontorrón! Porque, si el agua pudre la
ma’era, contrimás, qué no hará con un cuerpo…
Mención aparte merece nuestro Catalinorra, un hombre de
largas melenas laterales negras coronadas
por una brillante calva descendiendo hasta las sienes; oscura barba cerrada
siempre irreprochablemente afeitada, torso liso como una tabla, y vestido de
mujer de cintura para abajo desde que su madre, harta de parir machillos de mil
padres, decidió convertir al último en hembra por el eficaz método de ponerle
bragas y faldas con volantes, que el muchacho nunca se quitó a pesar de que su
madre, siempre dispuesta a decisiones expeditivas, se ató a todos sus hijos a
la cintura con una soga y se lanzó al albercón que hay en el Camino del
Cementerio, para redimirlos a ellos de las desesperadas hambrunas de entonces y
redimirse ella de las barrigas novenarias que un cualquiera quisiera hacerle,
por las buenas o por las malas. En fin: una historia tan tierna como
inquietante que aún no quiero terminar de contar.
La tarea de Catalinorra
fue la de mantener la distribución programada de la industria jodeña: su vida era un repartirse en acarrear esparto desde las fábricas hasta las
casas particulares, arrastrar rollos de pleita, sogas, maromas, guitas,
capachos y capachetas, esportones y cenachos, esteras y serones, desde los
hacendosos artesanos del albardín hasta las fábricas. Y todo ello, sin que
nadie le levantara las faldas como a su madre, ni ella le levantara las faldas
a moza alguna, seguramente por no enseñar las cicatrices que en sus partes le
dejaron los bordes del albercón, gracias a los que se salvó de hundirse con
todos sus hermanos, pero que le dejó inservible buena parte de su originaria
hombría.
Lo que aprendí de Catalinorra es algo que aún me
emociona: la resiliencia. En contra de los deseos de su madre, nació macho y sobrevivió; pero
conservó sus vestimentas de hembra hasta el final de sus días por no hacerle el
feo a su muerta, enseñándole al Pueblo entero que las apariencias engañan.
Desde mis años de ahora, escucho en mi interior el recuerdo
de nuestros TontoElPueblo, sabiendo
que hubo algo común en todos ellos que yo quisiera aprender: aunque fueran tontos, lo sabían todo,
porque siempre estaban dispuestos a
escuchar a cualquiera que quisiera contarles algo. Pero, si lo que le
preguntaban era cómo ir a algún sitio, ellos siempre contestaban con una
aparente tontería: ¡Andando!
Y es que, lo de
escuchar es bueno. Siempre se aprende. Pero lo de decirle a alguien cómo llegar
a su destino, por muy listos que seamos, es la mayor tontería que se puede
cometer. Porque nunca hay un único camino, ni se sabe cuál es el mejor para
cada quién.
Mi
marido siempre decía: “quien no tenga un viejo en su vida, debe ponerlo”.
Yo digo: Quién no tenga un Pueblo en su
vida, que adopte uno, pero con su TontoElPueblo
incluido. Porque el Tonto del Pueblo es lo único inteligente que nos queda
cuando todo se desdibuja en la memoria del amor.
Lo digo por experiencia:
nadie me quiso nunca como me quisieron algunos tontos.
En CasaChina. en un 30 de noviembre de 2013.
NOTA
SOBRE DERECHOS DE TERCEROS: Las Fotos de AUXILIO SOCIAL fueron obtenidas de
este enlace:
http://es.images.search.yahoo.com/yhs/search?_adv_prop=image&fr=yhs-per-per_001&va=Auxilio+Social&hspart=per&hsimp=yhs-per_001 Si alguien se sintiera perjudicado en sus
derechos de autor u otros, comuníquense con socomarmol@gmail.com e inmediatamente
las quitaría.
[1]
La Ley Divida se contiene en el DECÁLOGO. La Ley Humana se guarda en el
corazón. La Ley del Mediador es el HEPTÁLOGO: árbol con las siete ramas del
saber de la Ciencia de La Paz.
[2]
Así se mencionaban los casamientos entre hijos de familias terratenientes,
cuyas fincas lindantes se juntaban con el casorio de los mozuelos.
[3]
CICIONES: genéricamente, cualquier tipo de enfermedad agarrada por infecciones patógenas. En Sierra
Mágina: descomposición de vientre. Tifus
[4]
Aceitunas secas.
Estupendo! Como siempre nos tienes acostumbrados, Soco. Una notita al margen... creo que en el Penúltimo TontoElPueblo falta una N... Creo! Gracias! Muack! ^_~
ResponderEliminarGracias, persona sin nombre. ¿No serás uno de mis tontos preferidos que tanto llenan mi vida?
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