Campaniles

viernes, 12 de diciembre de 2014

ONDINA



77/2014
TÚNEZ
(Serie Compañeros de Viaje)

        La Medina de cualquier ciudad árabe es como el trazado gramatical de una vida humana, conjugada en un tiempo aparentemente imperfecto. Tiene sótanos de indicativo, en los que la depresión paraliza cualquier destello de esperanza, y tiene azoteas, en participio activo, con ropa recién lavada, secándose al sol; hay calles en futuro imperfecto, de cortos y estrechos tramos rectos, fáciles de caminar, y vericuetos de orante subjuntivo, en los que el miedo se agazapa como un salteador de caminos. Hay presentimientos gerundivos de salidas inmediatas, y hay encrucijadas en modo potencial de difícil elección. Hay una puerta de entrada principal en presente, y múltiples salidas a elegir, con expectativas bien diferentes en cada una de ellas que se convierten en acción infinitiva.
        La Medina de Túnis tiene lo que todas las Medinas que he conocido y, además, dos cosas que me impactaron muy especialmente: la primera fue una pequeña tumba, justamente a la entrada, en la que está enterrado el primer héroe que murió defendiendo la independencia de su ciudad, suponiendo que alguna ciudad pueda ser independiente. El segundo lugar que me impresionó fue ese cruce de calles llamado La Alberca, rematado en una cúpula inalcanzable, sostenida por ocho esquinas, donde nos contaron que en el pasado reciente se traficaba con esclavos.
¡Buena paradoja! El héroe de la libertad enterrado a pocos metros de donde unos hombres vendían y compraban la libertad de otros.
Estoy segura de que Dédalo se inspiró en la Medina de Tunis para trazar su imposible laberinto donde encerrar al Minotauro.
        Aquella tarde los actos literarios estaban programados en el Centro Cultural Tahar Haddad, en lo más intrincado de La Medina. El grupo avanzaba a un ritmo inversamente proporcional al que mantenían mis ojos y mis piernas, que se iban rezagando, atrapados, los primeros, en los tornasoles que me embelesaban; y las piernas en ese plomizo lastre que los años le añaden a los pies transeúntes.
 Junto a mí, la harmoniosa y musical voz de Ondina Zea ejercía de nombre propio, convirtiéndome suavemente en una Ulises, navegante de mares de callejuelas sin palo mayor al que amarrarme para no acabar cautiva de la voz de aquella Ondina única.
        Era de esperar. Entre mi dificultoso avanzar y su seductora voz, acabamos perdiendo de vista al grupo que nos precedía.
Estábamos perdidas en aquel laberinto de los sentidos cuando Ariadna puso entre nuestras manos el extremo de un  hilo de amistad redentora. Perdidas como estábamos también en nuestro propio laberinto interior, justamente fue esa tarde cuando ambas nos encontramos.
Al fondo del paisaje, la luz de las farolas de la Medina ponía cálidos tonos anaranjados en los adoquines, compitiendo con la luna llena.
Y un gato merodeando bajo el clavo de la fachada del que pendía una bolsa de basura inalcanzable.

        En “CasaChina” en un 12 de Diciembre de 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario