02/2016
Se hace camino al andar.
A. Machado
... Y
La casa huele a
carencia de churros con chocolate de los de aquellos otros años en que su olor
justificaba abandonar el calorcillo de las sábanas y ponerse a husmear el papel
grasiento del que emanaban promesas de desayuno en compañía del hombre.
Y huele también
a añoranza de periódico que nadie va a traerme; a ninguna voz recién afeitada
que me pregunte si vamos a salir a medio día a tomar el vermut –cosa que ya por
entonces estaba pasado de moda- y a barullo de ese pegajoso silencio donde el
reloj de la galería se sigue desesperando en su eterna discusión–tic-tac- con el tiempo que consume bien a su pesar en
un “ay” tiritón, temiendo siempre que un día no quede mano alguna que empuñe la
llave de darle cuerda para sacarlo de la parada cardiaca de engranajes y
péndolas despendoladas que lo obligan a decir a campanazo limpio que la vida
pasa sin remedio.
La casa huele a “Yo”.
Un “Yo” rotundo y absoluto que sólo se alcanza cuando ya no hay nada que perder
que ya no se haya perdido. Un “Yo” más yo de lo que jamás lo fui, porque ya no
hay ningún “Otro” que reclame un poco de mi tiempo o un mucho de “hablemos de
algo”; y, como siempre he tenido un buen conformar, a falta de un alguien, voy
y echo una parrafada con mi “Yo” del espejo que anda un poco más desgreñado de
lo que va en días de diario, cuando la inminencia de algún quehacer sin
importancia obliga a atusarse el pelo recién teñido para echarse a la calle a
por el pan.
Realmente, es
curioso lo sonoro que es el silencio y lo fragante que puede resultar la
soledad cuando se convierte en añoranza de haber vivido tanto sin haberse
percudido demasiado.
Como sé que
estoy de paso, siempre ando preparando algún viaje en el que ensayarme para
cuando tenga que irme al sin-regreso.
Anoche dejé en
el pasillo dos maletas a medio hacer. No importa. No hay peligro de que nadie
tropiece en ellas.
¡Ea! Una ventaja
más para tanta mengua.
Desde lejos, tan
lejos que apenas se puede percibir detrás de la pantalla del ordenador suena una
voz que huele a churros con chocolate de “Aroma” y resuena a recuerdo de
helazones de escarchas bajo las olivas: “que la Magia de Mágina te acompañe”.
Las Magias de
Mágina se encarnan en juramentos aún por cumplir, en retazos de conversaciones
de esas que se escuchan entrecortadas en el duermevela que amodorra justamente
antes de dormirnos mientras otros hablan; en nieblas que esconden cualquier
cosa inesperada y que con sus nublos convierten el Cerro Aznaitín en una mesa
de camilla familiar con faldones de lana de borrego recién vareada y escardada
con la que mudar farfollas de colchones desechados.
Entre los bártulos
arrumbados hay un recuerdo de Plaza de Abastos llena de vocerío ofreciendo cerezas
de Torres, plumillas de Albanchez y blandillas de Bedmar, guajerro de chotillo
y caretos recién rebuscados, y siento que de repente escampa en el turbión de
los silencios.
Dos paisanos se
cruzan en mi recuerdo atravesando una calle empedrada de la que nadie había
descolgado todavía ningún crucificado: “Vaya
usted con Dios”. “Quede usted con Él”.
“Vaya usted con las Magias de Mágina” “Quede
usted con ellas”.
Que las Magias
de Mágina –digo en voz alta delante de mi “Yo” del espejo- quede con vosotros
cuando yo emprenda este nuevo viaje.
En “CasaChina. En un 16 de Enero de 2016.
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