Campaniles

sábado, 16 de enero de 2016

ES SÁBADO Y...



02/2016
Caminante no hay camino.
Se hace camino al andar.
 A. Machado

... Y
La casa huele a carencia de churros con chocolate de los de aquellos otros años en que su olor justificaba abandonar el calorcillo de las sábanas y ponerse a husmear el papel grasiento del que emanaban promesas de desayuno en compañía del hombre.


Y huele también a añoranza de periódico que nadie va a traerme; a ninguna voz recién afeitada que me pregunte si vamos a salir a medio día a tomar el vermut –cosa que ya por entonces estaba pasado de moda- y a barullo de ese pegajoso silencio donde el reloj de la galería se sigue desesperando en su eterna discusión–tic-tac-  con el tiempo que consume bien a su pesar en un “ay” tiritón, temiendo siempre que un día no quede mano alguna que empuñe la llave de darle cuerda para sacarlo de la parada cardiaca de engranajes y péndolas despendoladas que lo obligan a decir a campanazo limpio que la vida pasa sin remedio.
La casa huele a “Yo”. Un “Yo” rotundo y absoluto que sólo se alcanza cuando ya no hay nada que perder que ya no se haya perdido. Un “Yo” más yo de lo que jamás lo fui, porque ya no hay ningún “Otro” que reclame un poco de mi tiempo o un mucho de “hablemos de algo”; y, como siempre he tenido un buen conformar, a falta de un alguien, voy y echo una parrafada con mi “Yo” del espejo que anda un poco más desgreñado de lo que va en días de diario, cuando la inminencia de algún quehacer sin importancia obliga a atusarse el pelo recién teñido para echarse a la calle a por el pan.
Realmente, es curioso lo sonoro que es el silencio y lo fragante que puede resultar la soledad cuando se convierte en añoranza de haber vivido tanto sin haberse percudido demasiado.
Como sé que estoy de paso, siempre ando preparando algún viaje en el que ensayarme para cuando tenga que irme al sin-regreso.
Anoche dejé en el pasillo dos maletas a medio hacer. No importa. No hay peligro de que nadie tropiece en ellas.
¡Ea! Una ventaja más para tanta mengua.
Desde lejos, tan lejos que apenas se puede percibir detrás de la pantalla del ordenador suena una voz que huele a churros con chocolate de “Aroma” y resuena a recuerdo de helazones de escarchas bajo las olivas: “que la Magia de Mágina te acompañe”.
Las Magias de Mágina se encarnan en juramentos aún por cumplir, en retazos de conversaciones de esas que se escuchan entrecortadas en el duermevela que amodorra justamente antes de dormirnos mientras otros hablan; en nieblas que esconden cualquier cosa inesperada y que con sus nublos convierten el Cerro Aznaitín en una mesa de camilla familiar con faldones de lana de borrego recién vareada y escardada con la que mudar farfollas de colchones desechados.
Entre los bártulos arrumbados hay un recuerdo de Plaza de Abastos llena de vocerío ofreciendo cerezas de Torres, plumillas de Albanchez y blandillas de Bedmar, guajerro de chotillo y caretos recién rebuscados, y siento que de repente escampa en el turbión de los silencios.
Dos paisanos se cruzan en mi recuerdo atravesando una calle empedrada de la que nadie había descolgado todavía ningún crucificado: “Vaya usted con Dios”. “Quede usted con Él”.
“Vaya usted con las Magias de Mágina” “Quede usted con ellas”.
Que las Magias de Mágina –digo en voz alta delante de mi “Yo” del espejo- quede con vosotros cuando yo emprenda este nuevo viaje.

En “CasaChina. En un 16 de Enero de 2016.

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