No hay una hora más
triste en el día que la de irse a cenar con uno mismo.
Lo de beber a solas es otra cosa. Casi un
sacrilegio.
No
es que sean menos tristes la hora del desayuno, o la del almuerzo, que ya se
sabe que lo de comer no admite soledades; pero, al haber más claridad, parece
que la pena se enoja de mostrarse a plena luz del día.
Lo
de comer no lo organizó quien quiera que lo dispusiera para hacerlo a solas o a
oscuras, como lo de juntarse a celebrar algo no se hizo sin acompañamiento del
comer o en tinieblas.
No hay más que echarle un
vistazo a los eventos: bautizos, bodas, comuniones, ferias, guateques…hasta los
entierros tienen su rito alimenticio de llevar viandas a la familia del muerto
para que no se desmayen de hambre, y velas al difunto para alumbrarle el tránsito.
Aunque, bien pensado,
mientras ceno esta noche, me consuelo pensando que lo que me pasa es que estoy recuperando
la juventud, porque ahora, cada noche, vuelvo a entristecerme como entonces,
antes de casarme, cosa que no había vuelto a hacer durante más tres décadas sin
darme cuenta de ello.
Otra cosa no haríamos
todos los días, pero lo de cenar…Era tan natural lo de sentarnos a cenar juntos…
Claro que no se trata de
cenar con cualquiera…aunque sea con una misma, esa que tanto me desalienta
cuando se me pone oscura.
(Lo de no cenar, ni lo
contemplo. Peor que lo de estar triste es pasar hambre de algo).
En “CasaChina”. en un 18 de Junio de 2016.
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