86/2015
Dedicado a Javier Pérez; el hijo de un
Motrileño que me inició en lo de mirar las cosas con otros ojos y marcó mi “casi-Adolescencia”.
Tú, Javier, sabes muy bien de lo que hablo a estas alturas de nuestra vida.
http://coralarmiz.com/Motril/francisco_perez.htm |
Tiene España un pueblo, Motril, que aunque
debiera ser conocido por el resto del Mundo, permanece, sin embargo, anónimo
como la virginidad de una moza con bigote, bizca, y con las piernas curvadas en
forma de paréntesis sin contenido.
Motril es algo así como Lepe, pero en
versión rural de retrasmisión circunscrita a los aledaños de cadena municipense.
Quiero decir, que sin pretender
restarle categoría al renombre garrulo de Lepe, guarda Motril en su faltriquera
tanto o más abolengo y prosapia rústica, aunque sin tanta propaganda, si es que
se me permite utilizar el término “propaganda” sin bizquear de ojos hacia su
más significante mentor: aquel que le tomo ojeriza a judíos, mariquitas, gitanos
y otros congéneres de sí mismo, y casi nos deja sin material de repuesto para
sanear el linaje.
Pero a lo que vamos.
Bien pensado, Motril, como tal
Motril, casi todo lo tiene (¿o debo decir "tenía"?) de prestado.
Si hablamos de playas, las tiene; claro que
las tiene. Pero, amén de estar retiradas del Pueblo, como si los motrileños renegaran de ellas, o
como si hubieran querido hacer el pueblo de
espaldas a la Mar, tal parece que, metido en creaciones, cuando les llegó el
turno a las playas de Motril, el Supremo Hacedor debió quedarse sin bríos para
acabar la molienda de la arena y espurreó el material a voleo; así que ponerse a pasear por la orilla del mar sin
borceguíes es como ponerse un cilicio en las tetillas e irse la verbena a
bailar agarra’o. Eso por no hablar de lo desaconsejable que sería echar un
retozo –como se ha hecho de toda la vida de Dios en una playa que se precie-;
porque, redondicos y todo, aquello son guijarros con más “mala follá” que la de
un granadino en activo.
Montañas, las tiene de prestado, pues Sierra
Nevada es un “mira y no toques” sonrosada propiedad de Granada, y el montecillo central
del pueblo, el del Torete, apenas da de sí para sostener un Santuario con más torre que
campanas. Lo demás, montes pelados que acosan a la Vega metiéndola en anorexias
de almendros, caña y platanera.
Como pueblo tampoco me parecía a mí
que fuera de exposición. Aunque, bien pensado, creo que ningún pueblo puede
presumir de haber construido, allá por los años 70 del siglo XX, un edificio
tan singular como “El Edificio de las Tetas”, así mentado porque, esquinado
como estaba a dos calles, en un ensanche a modo de plazuela con pretensiones,
sus redondeados miradores, pareados dos a dos, tenían un desagüe en el centro
que, vistos desde abajo, parecían una exposición jerarquizada de pezones
lácticos, dispuestos a amamantar a los beodos viandantes nocturnos que
arrastraban aseadamente su cogorza a las deshoras en que se riegan las macetas
sin temor a la libreta de multas de los Municipales.
A nadie puede extrañarle, pues, que a
la mentada discoteca que abrieron en la planta baja, flanqueada por los dos torneados
soportes verticales sobre los que se elevaban tan singulares tetas, acabaran
llamándole “El Coño”.
En suficiencias, como en casi todo, Motril o
no llega o se pasa de la raya del cien, porque en kilómetros cuadrados -109 km2-
se pasa; y en habitantes, unos 60.900, se queda raspando los 100.000 necesarios
para darse el pote relumbrón de figurar entre los destinos deseados en las
viejas oposiciones de Maestros optantes “a plaza en pueblos de 100.000
habitantes”.
Puerto, tiene; pero de paso y de no
ir a ningún sitio, porque sus pescaillos fritos disuaden de mejores singladuras.
Rey propio no tiene; pero tuvo muerte
de rey: de Balduino, Rey Belga que, en su modestia, pudiendo haber muerto en su
palacio de Bruselas, vino a morirse a Motril para no hacer demasiado ruido mientras
se le partía el corazón. ¡Eso es un Rey! Como dicen los Vascos: “hay que ver
que el Jesucristo era humilde, que, en pudiendo nacer en Bilbao, fue y nación
en Belén”.
Después de ascender hasta la
monarquía, y desde ella hasta el olimpo, no creo que tenga que seguir
enumerando lo que NO tiene Motril. Porque, de la misma forma que, como dice el
refrán, “algo tendrá el agua cuando la bendicen”, -aunque mi admirada Cayetana
de Alba, Duquesa de la Libertad, dijera que ella prefería el vino poniendo como
disculpa que “el agua es donde follan los peces”- algo tiene que tener Motril
para permanecer en mi memoria de la manera que permanece a pesar de no haber
vuelto por allí desde hace más de cuarenta años.
Y, en efecto, hay en Motril tres
cosas absolutamente irrepetibles:
1.
El
ron pálido de Motril.
2.
Los
plátanos de Motril.
3.
La
gente de Motril.
Del RON PÁLIDO, lo mejor es alargarse
hasta aquellos pagos y tratar de encontrar un par de botellicas, cosa nada
fácil, y no porque los habitantes de la zona sean unos dipsómanos empedernidos de anónimos codos empinados, sino
porque, sin desmerecer los cañaverales de Motril, tampoco sus escasos 109 km2 dan
para más que para producir lo justo y lo cabal, y no como los de Puerto Rico o
los de Cuba.
LOS PLÁTANOS DE MOTRIL son feos, rechonchos
y tan escasos de talla que, si hubieran sido mozos, se hubieran librado de la
mili. Pero en semejante fealdad de hechuras, se prodigan en aroma y dulzor, de
tal manera que debe ser pecado la querencia que se les toma en cuantico se los
prueba. Gracias a lo cual, la gente forastera, que anda siempre en comprar
apariencias, prefiere merendarse la pareja “fermosura” de un plátano de
canarias, o el grandor de una banana inmigrante que regodearse en el caletre de
esos plátanos mestizos y zambos que deben ser lo que sirven de aperitivo antes
de entrar al cielo.
Y llegamos a la gente.
¡Ay, LA GENTE DE MOTRIL!
Lo que le falta en hechuras
cortesanas y fachendosas lo ha echado en un ingenio insustituible, con tal retranca
en su arte, que aún guardo entre los laberintos de mi memoria dos joyas que ni mi
propia muerte será bastante para hacerlos desaparecer como pecios naufragados.
La una es esa manera en que los
Motrileños dicen que representaban la Pasión y Muerte de Jesucristo, y que, en
no siendo del lugar, hasta el mismo Jesucristo se hubiera tronchado de risa
haciendo el papel de sí mismo.
Y si no, aquí dejo una muestra sacada
de un papel demasiado amarillo y quebradizo como para no recordarme que yo
misma estoy a punto de caducar:
ACTO PRIMERO:
NARRADOR: Estaba Jesú
orando en el güerto de los olivos, güerto de espaldas mismamente, cuando de
proto s’oyeron voses, y ayá por la trocha se veían tíos que subían con
antorchas en las manos. vistos dende lejos, paresía un gusaniyo de lú que de
poquiyo en poquiyo s’aproximaban. Jesú s’incorporó y con paso desidío salió al
paso de la comitiva y exclamó:
JESUS: ¿quiénes seis?
HOMBRES: No zemos seis;
zemos siete.
JESUS: ¿Y qué dezeáiz?
HOMBRES: ¿Eres tú el
Jezú? ¿Jezú, al que le dicen el Nazareno, aliaz er Mezíaz?
JESUS: Er mezmo que
vizte y carza.
HOMBRES: pues nosotros zemos
lo judíos, que venimos a prendete, a escupite, a humillate y a injuriate.
JESUS: ¿Y vozotros vaiz
a prendeme a mí, con esa cara de mala leche que zuz llevaiz? ¡Una mierda máz
grande qu’er zombrero d’un picaor!
HOMBRES: date por
prendío.
PEDRO: Zeñor ¿Lez
endiño?
JESÚS: zaca la caha de
laz ostias y empieza a repartir. Y tú, Zantiago, arrima loz borricos y vámonos
p’a la carretera nueva, que me conozco toas laz curvas.
NARRADOR: Y toos
plegaos, ze las piraron.
ACTO VII – FIN
JESUS: tengo zé
CENTURIÓN: ¡Cubalibre, vozka, güisqui…?
JESUS: agua de la fuente
CENTURIÓN: de eza no tenemos. Za quedao la fuete Judaz
er Coyote pa emboteyala, y dice que zi ez pa ti, que no te fia.
JESUS: ¿Zabéiz lo que zuz digo? Pues que zus vayáisz a
tomá por el culo. Ya zuz podeiz quedar con too, que yo me voy con mi padre que
ez rico por caza, y lo que tiene ez p’a mí solico. Pero penzar que esto no
acaba aquí. (EN UN APARTE) ¡Y penzar que quería gorver al tercer día…! ¡Y una
mierda p’a vozotroz voy a gorver yo con la jartá de putász que m’habeiz hecho
NARRADOR: Y dicho esto, se desenclavó de la crú y se
fue gritando: ¡Maricas. Izuz a tomar por culo tooz!
FIN
¿Qué? ¿No es genial? Pues tengo el
papelillo entérico desde entonces.
El otro tesoro, y con el que cierro
esta croniquilla sensitiva, es haber tenido el privilegio de poder departir por
entonces, largamente, muy largamente, con un sabio de las emociones, motrileño por más señas
que, con sus publicaciones en el periódico, andaba en instruirme en lo de
escribir: Francisco Pérez. Con él compartí las dulces tardes motrileñas, con
olores –por entonces desconocidos para mí- a galán de noche, a ron pálido y a
rechonchos y balsámicos plátanos de la vega.
Él, Don Francisco Pérez –porque por
entonces el “Don” era un saber estar y reconocer- él, digo, sí que sabía mirar
a Motril con ojos de Motrileño de “Don”, y luego dejar por escrito lo que miraba, como
quien deja un testamento ológrafo nulo por carencia de fecha, o un bergantín a
la deriva cargado de palabras que con el paso del tiempo incrementan su valor
hasta el infinito.
Para quien quiera ese libro como
regalo mágico:
Y para su hijo Javier, compañero "robaplátanos" de adolescencia, hijo sin palabras y muñidor de palabras motrileñas, mi recuerdo entrañable: ese que no se irá con nosotros, sino junto a nosotros, con aromas del Motril de entonces.
En “CasaChina”. En un 18 de Diciembre de 2015
NOTA: las imágenes de esta croniquilla están tomadas de Internet. Si alguien se siente dañado por su publicación, por favor, hagamelo saber a socomarmol@gmail.com
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